Busca que niños que han vivido su misma situación puedan salir hacia adelante.
A veces, si no se vive en carne propia el dolor, no hay forma de entenderlo.
Hace 10 años, Marcos Santana retornó al lugar que lo vio crecer: el hogar La Casa de Todos, que atiende mujeres, niños y niñas, víctimas primarias y secundarias de violencia doméstica.
“Esa es mi casa y me tocó volver. Era momento de regresar a donde aprendí que las cosas más importantes de la vida no son las que tenemos o las que aspiramos a tener, si no la vida misma, que es esa vida y no hay ensayos. Era hora de luchar por lo que me había hecho ser la persona que era”, recordó el joven activista, visiblemente emocionado.
Eran momentos difíciles. Casi dos décadas antes, comenzó su vida en dicho recinto que ayuda a los niños y las mujeres víctimas de violencia doméstica.
“Mi mamá es sobreviviente de violencia doméstica. Ella vivía en el corazón de San Juan y estaba atrapada porque mi papá la mantenía alejada de la comunidad. Ella había logrado escaparse, y se había ido a la Casa Protegida Julia de Burgos, pero por la cercanía mi papá la había encontrado. Fue ahí que se tuvo que mover”, explicó.
“Como muchas víctimas de violencia doméstica, fue reincidente, siempre volvía a lo mismo. En cuatro ocasiones regresó con mi papá; fueron cuatro barrigas producto de su reincidencia con el mismo hombre, como pasa regularmente. Ya cuando tuvo su cuarto niño, se había vuelto una mujer fortalecida, una mujer apoderada. Se sobrepuso. Estudió, se hizo de una carrera y nos demostró que sí se puede. Volvió a hacer su vida, tuvo un quinto hijo y una familia feliz y nos enseñó lo que se necesita para salir de tan difícil situación. A mi mamá y a La Casa de Todos le debo mucho”, manifestó.
Marcos y tres de sus cuatro hermanos crecieron en La Casa de Todos. Salió de allí y se fue a cursar estudios universitarios en el área metropolitana. A los 19 años de edad, el destino lo obligó a regresar.
“En 2005 hubo una situación en La Casa de Todos en la que el hogar se había quedado sin fondos y había fallecido una de sus fundadoras. Era hora de regresar a meter mano por el lugar que nos ayudó a echar adelante. Regresé a trabajar como voluntario y me di cuenta que había mucho por hacer”, dijo.
“Mucha gente no lo sabe, pero son muchos los problemas que estas instituciones pasan, porque todos los años hay recortes de fondos de parte del Estado. A veces no hay dinero para comida, para los servicios. Es una lucha que desde entones asumí como mía, más allá de haber experimentado todo lo que un niño vive en este tipo de situaciones”, agregó.
Entonces, entendió la necesidad que existe de un nuevo enfoque que atienda de lleno los problemas que enfrentan los niños que se crían en este ambiente.
Recordó el caso particular de dos niños que, por su situación caótica de violencia doméstica, siempre estuvieron encerrados en su corral de juego y carecían de destrezas propias de la etapa, como jugar, caminar y leer.
“Vimos cómo esos niños pudieron sobreponerse. Fueron nuestra inspiración para desarrollar lo que hemos llamado el Proyecto Educativo Integral para el Desarrollo de Destrezas, diseñado principalmente para atender víctimas secundarias de violencia doméstica”, señaló.
Con la ayuda de otros voluntarios, logró conformar un borrador de un programa que recoge estadísticas de esta población. En estos momentos, indicó, hay un bosquejo del programa en la Legislatura, impulsado por la senadora Maritere González, que espera que se convierta en una ley que desarrolle un banco de estadísticas con la intención de identificar y resolver los problemas de víctimas de violencia doméstica.
Además, unió a varias instituciones con las mismas necesidades para formar la Red de Albergues, Instituciones y Centros de Menores, para «garantizar los servicios de los albergues, y que niños como yo tengan las mismas oportunidades”. En estos momentos luchan para lograr que los fondos públicos no encuentren contratiempos a la hora de ser delegados. Es una batalla dura, cuando la crisis económica en Puerto Rico se acentúa, pero Marcos sabe que no hay peor lucha que la que no se da.
“Creo en el poder transformador de las mujeres, y a diez años de haber asumido este trabajo, estoy convencido que lo que hacemos transforma vidas, porque lo he visto. Veo esos niños transformando sus vidas y sé que mi país se puede transformar. Es una lucha que no pienso dejar”, apuntó.
Y eso sí es un acto que importa.